Creo recordar que corría la primavera del año
2007 cuando ocurrió. Faltaban aún varios meses para la irrupción en nuestras
vidas de la mayor crisis financiera que pudiéramos imaginar.
Me levanté de la cama, me duché, bajé a
desayunar, me metí en el coche y finalmente conduje hasta nuestra tienda, unos
quince minutos "más allá".
Como todas las mañanas, un sinfín de tareas
rutinarias marcaban la apertura de la tienda. Abrir cerradura, subir persiana,
desconectar alarma, dejar las cosas en el despacho, sacar el material de
exterior... Dependiendo del día de la semana, podía contar con la ayuda de uno
o a lo sumo dos vendedores para la puesta en marcha y funcionamiento del turno
de mañana.
Aquel día, recuerdo que al abrir los
terminales de venta en recepción, busqué en todos los cajones para localizar un
rollo de papel térmico de uno de los datáfonos, que se había terminado la noche
antes. Un cajón, otro, un tercero, buscando con profusión hasta que di con él.
Lo coloqué en su sitio, abrí una de las cajas y me marché a organizar la
mercancía de las estanterías.
Normalmente y salvo días excepcionales -ya se
empezaba a ralentizar la venta- prácticamente no teníamos clientes durante la
primera hora de apertura, pero aquel día, no habían pasado ni cinco minutos,
cuando un señor cercano a los cincuenta, entró apresuradamente buscando a algún
vendedor que pudiera ayudarle:
-"Señorita, ¿Sería tan amable?"
Aquella tienda tendría unos 800 metros
cuadrados. Yo me encontraba tras una estantería situada a unos diez metros de
recepción y separado de ésta por varias líneas de estanterías adicionales.
Desde ahí, no veía la línea de cajas, pero podía oír (incluso escuchar) lo que
allí se comentara.
-"Dígame, señor, ¿En qué puedo
ayudarle?" , respondió Patricia, una de nuestras vendedoras y la única que
compartía conmigo aquella mañana.
El cliente, con tono preocupado, preguntó por
unas gafas de sol que podría haber dejado olvidadas la tarde antes...
A Patricia, ni siquiera le dio tiempo a
responder. Un sonoro, seco y seguro de sí mismo "¡Sí!¡Yo las he
visto!..." procedente de detrás de una estantería, se lo impidió.
Sí. Fui yo. Inmerso y centrado como estaba en
mi trabajo, fue oír la palabra "gafas" y dispararse en mi cerebro
alguna suerte de mecanismo automático que, irremisiblemente, me llevó al
convencimiento de que aquellas que yo había visto en el cajón de recepción con
el rabillo del ojo, eran las gafas de
aquel señor...
Me dirigí con paso apresurado a recepción,
visualizando ya al cliente a lo lejos mientras confirmaba con él...
"¡Son de sol, ¿Verdad?!¡De color lila,
¿No?!"
A lo que el cliente, cuya cara pasó rápidamente de la preocupación a la alegría y relajación, contestaba...
"¡Sí, sí, así es!¡Son de vista!¡Menos
mal!¡No sabe la alegría que me ha dado!"
A todo esto, yo ya estaba a punto de llegar a
recepción, asintiendo, explicando con entusiasmo cómo las había visto un rato
antes mientras rebuscaba en los cajones y entrando en una espiral de optimismo
compartido con el cliente a la que Patricia, que no había abierto la boca desde
entonces, asistía atónita. Justo en el momento en que llegué a su lado, abrí
el cajón exultante de alegría, cogí las gafas, estiré el brazo situándolas a un
palmo de los ojos del cliente y diciéndole alto, claro y con la satisfacción del deber
cumplido:
"¡Aquí tiene usted sus gafas,
caballero!"
En ese momento, el tiempo se paró, el cliente
se quedó blanco, yo le secundé y Patricia esbozó una sonrisa. Ninguno de los
tres, por motivos muy diferentes, podía creer que aquello pudiera estar
pasando... Sólo la grave y apagada voz del cliente, vino a romper -tras unos
segundos interminables- aquel sepulcral silencio. En tres palabras, con sus correspondientes pausas entre cada una de ellas:
"No... Hombre... No" ... Mientras
balanceaba su cabeza y me miraba, incrédulo, a la vez que yo, con vehemencia y
sin saber muy bien donde meterme, le pedía disculpas reiteradamente...
El cliente empezó a retirarse. Primero,
volviendo sobre sus pasos sin perderme la mirada, marcha atrás,
preguntándose cómo podía haberle hecho aquello... Justo antes de salir de la
tienda, se dio la vuelta definitivamente, cabizbajo, aún negando con su cabeza,
en silencio, derrotado, abatido... Por lo visto, las gafas que había perdido
eran de marca. Muy caras. Y sí. Él era bastante pijo, todo sea dicho... Pero
fue muy educado el hombre. No todo el mundo habría reaccionado con su
abnegación y absoluta ausencia de violencia, siquiera verbal.
Tras quedarnos solos, Patricia y yo nos
miramos, primero para sonreír (a mi, aún me temblaba el pulso) ... Después, para
morir de la risa mientras me espetaba...
"Mario, nunca pensé que ibas a ser capaz
de sacarlas del cajón"
Y allí mismo las dejé. Las guardé un tiempo.
El recuerdo bien lo merecía. No son muchas las ocasiones en que gafas así
protagonizan una escena entre personas adultas... Gafas como aquellas, en una
de cuyas patillas podía leerse en letras grandes y coloridas una palabra tan
corta, como definitiva ... "Barbie..."
Aquí las tenéis... Lo sé, arderé en el infierno ;) ...
Qué arte!!! Para vivirlo, para recordarlo, y para contarlo de esta manera.
ResponderEliminarGracias por compartir con nosotros sobre todo... tu manera de ser.
Un abrazo Mario.
Fran Maldonado.
Muchas gracias Fran! Ya sabes que normalmente no soy tan despistado! ;)
EliminarUn abrazo :)
No puedo contigo!!, o me haces llorar de tristeza o como ahora me haces llorar de risa, jajajjajja... porque como sabes que tengo tanta imaginación, segun estaba leyendo tenía visualizado el escenario y sobre todo tu cara.
ResponderEliminarCharo Márquez
Jajaja Gracias Charo! ... Lo que yo no puedo olvidar es la cara del cliente cuando se las planté delante y soltó ese "No...hombre...no" ... ;)
EliminarLlevo media hora riéndome a carcajada limpia....y yo me quejo de meter los calcetines en la nevera!!!!Eres un crack Mario!Olga
ResponderEliminarjajajaja Me apunto lo de los calcetines! ... Me alegra mucho que te haya gustado, Olga. Muchas gracias :)
EliminarJa,jaja..lo que me he reido...
ResponderEliminarFuen.
Para q veas q suelo leer "casi todo" sea la hora q sea.....
ResponderEliminarQué digo yo Mario,qué te paso esto de verdad? q bueno poder contar las batallitas del curro de uno mismo con tanto arte....
Un salu2