domingo, 8 de enero de 2017

Ella espera

Ella espera. Siempre espera. Que la lleves o la traigas. Que la peines, que la mimes, que le des esa caricia que os inunda de ternura, que la abraces con locura y la beses de repente. Risas al instante y canciones de amantes. Que la mires, que la observes, que lo intentes y consigas interpretar sus miradas, descifrar sus frustraciones, sus gritos emocionados, su sonrisa matadora. Que conectes con su fondo, con su interior más profundo, con sus manos demandantes, su corazón galopante, deseoso de latidos, conectados, enchufados, que retumban, que perturban, que te empujan a vivirla, a sentirla y a quererla, a traducirla y amarla, de mil caminos a uno, que te ayuden a allanarle lo que el resto tiene dado: mil sentidos no inconexos que ordenan y son seguidos, por las manos, por las piernas, por los ojos y la boca, que moldean bien a su antojo la realidad que ella invoca y que se oculta ante sus ojos discutiendo en su interior, sobre el camino más corto para sentir tu calor ...

Ella espera. Y desespera. Pero sobre todo espera. A que te atrevas con ella, le susurres al oído, le tararees el color de esa primera canción que nació del corazón, de un corazón desbocado por la sonrisa de un llanto, el del que te vio vivir cuando empezaste a latir, cuando apenas si veías, entendías o suponías ...

Ella espera. Siempre espera. Nadie lo hace más que ella y nadie mejora su espera, su capacidad de aguante, con su sonrisa tajante, su mirada penetrante, interrogante, sonrojante, a veces sofocante...

Un espejo es suficiente para reflejar su ingente cantidad de amor latente, insistente, infinito, persistente y siempre resistente. Resistente al fracaso, al olvido, a tu falta de sentido, a tu carencia de olfato, a esa forma de mirarla pensando en ti y no en tocarla con ese juego distinto pero que a ella le encanta, de palmas, cantos y risas, de sustos, rimas y cimas, desde las que divisarlo todo con una mirada distinta, la de la que siempre espera y no ceja en el empeño de ver feliz una vida que vale más que mil vidas, que corre porque tú corres, que llega porque tú empujas, que alcanza porque tú acercas, que duerme porque tú arropas, que llora cuando no entiendes, que grita cuando no llegas a conectar con su estela, de sentimientos confusos, difusos e intrusos, que muy pocos como tú ordenan en su regazo, que muy pocos como tú trasladan a ese escenario en el que actores sin nombre dan vida a todas las vidas. Las que fueron y serán. Las que ahora mismo son. Las que fueron de verdad y las fingidas al son de una música irreal ...

No basta con respirar. Es necesario aportar, regalar, turbar, enamorar y apasionar. Es necesario enlazar tus manos con las demás, dar sentido al avanzar ... aunque sea sin caminar.

Eso, ya llegará. Eso, ya se andará. De mi mano, ya verás.



Dedicado a nuestra hija María
a su increíble hermana Claudia
a Maite, mi mujer, mi apoyo infinito...
y a todas las personas que, de una u otra forma,
dependen de otras para seguir adelante

jueves, 20 de agosto de 2015

Latir

¿Un cuento de verano? No sé. En cualquier caso, nacido del corazón.

"Será, aquello en lo que lo quieras convertir, aquello en lo que desees transformarlo, amor mío.".

Miro esta imagen y me dejo llenar de toda esa vida que regalas a diario, de tus miradas, tus sonrisas, los nueve años que convierten en un sueño lejano tus ojos aún cerrados en mis brazos, tu falta de aliento el instante previo al primer llanto ... Y me emociono tanto con cada recuerdo ...

Mariposas. Las veo revolotear y vienes a mi, corriendo a por ellas, dejándote atrapar por su extraordinaria belleza ... y por el aparente azar de su vuelo. ¿Quién no sufre, como mínimo, una metamorfosis a lo largo de su vida? Siempre has deseado volar en su compañía o, simplemente, dejar que tu mano fuese para ellas un lugar común de confianza, descanso, amor y cuidado mutuos ...

Te quiero mucho, muchísimo. Infinitamente más que el amor que cabe acumular en nueve años contigo. En eso, siempre nos llevarás ventaja, porque este amor crece sin remedio, como lo hará esa distancia imaginaria que un día nos hizo ser protagonistas de cada segundo de tu vida para convertirnos, tarde o temprano, en los 'principales actores secundarios', justo cuando las líneas que dibujan nuestros momentos en común pasen, de fijas, a discontinuas ...

Y aquí seguiremos. Pendientes de ti, entregados a ti. Colgados de ti. Moldeados, transformados, modificados... Pero amándote profundamente, como la suma infinita de vivencias compartidas desde entonces y ... hasta siempre.

Vivir intensamente cada uno de esos momentos. En eso intento empeñarme y concentrarme a diario. Aunque a menudo no pueda conseguirlo. 

Que nunca me falte un beso y un abrazo de buenas noches para ti. Ni una sonrisa.

Hasta mañana, cariño mío.

Las manos de Claudia. Verano 2015.

domingo, 17 de mayo de 2015

“Oh, capitán, mucho problema ...”

11 de febrero. Año 1994. Ciudad de Quelimane, al norte de Mozambique.

La luz. Una tenue luz en el techo. Era lo único que alumbraba el camino hacia una muerte segura. La mía. Pero no podía dejar de mirarla. Sentía que dormir no era sino arrojarme en sus brazos. Sin luchar, sin oponer resistencia. Resignarme. Entregarme. No vivir … Morir.

De vez en cuando, intuía las miradas de lástima asomando tímidamente por el marco de la puerta. Paradójicamente, sentían lástima de mi, a pesar de que yo estaba siendo tratado en las mejores condiciones posibles. Inalcanzables para ellos. Nunca. Jamás recibirían un trato medianamente parecido. Para ellos, entrar allí suponía una muerte segura. Pero, a pesar de todo, sentían lástima de mi…

La luz. Sólo mis lágrimas me impedían visualizarla con nitidez. Esa pequeña lámpara en el techo. Inmóvil. En silencio. Observando unos últimos instantes. Los míos. A sumar a tantos otros, seguro. Sólo la infinita impotencia que recorría mi cuerpo me impedía salir de allí corriendo, huir hacia la vida, hacia esa vida que, tan solo unas horas antes, llenaba mi imaginario de planes de futuro, de sonrisas, de caricias y besos esperados, anhelados, de abrazos rebosantes de cariño. Hacia esa vida que pasaba por mi cabeza lentamente, como queriendo quedarse, hacia esa vida que, irremisiblemente, se me escapaba de las manos.

6 de noviembre. Año 1993. Cuatro meses antes. Maputo, Mozambique.

A las 7 de la tarde de un día de noviembre, el avión en el que volaba desde  España aterrizó en Maputo, capital de Mozambique. Pretendía ganarme la vida unos meses como Técnico de Pesca en un barco de bandera española. “Dehesas”. Ese era su nombre. El desplazamiento por vía aérea era lo normal cuando el barco ya se encontraba amarrado en el puerto de destino.

Los protocolos establecidos por el Instituto Social de Marina con respecto al mosquito del paludismo, enfermedad estrella del momento en aquel país, eran estrictos. No en vano era -y aún lo es- la enfermedad parasitaria más importante del mundo por su morbi-mortalidad.

A pesar de las altas temperaturas, me cubrí con un chandal de manga larga y calcetines y me unté ungüento antimosquitos sobre aquellas zonas del cuerpo que quedaban al descubierto. Veinticuatro horas más tarde, partimos para la pesca.

Aquella campaña duró unos cuatro meses, resultando muy dura por dos motivos fundamentales. De una parte, los ciclones que se originan en el Índico. De otra, porque a los dos meses del comienzo de la misma tuvimos que transbordar por enfermedad a mi ayudante en el puente, de modo que pudieran trasladarlo a tierra. Desde ese momento, mi jornada de trabajo pasó de 16 a 24 horas diarias. El único descanso lo encontraba un par de horas al día cuando, estando todo tranquilo, dejaba al contramaestre de guardia. De no ser por esto, habría resultado  imposible continuar con el trabajo, ya que el arrastre en el Índico era continuo.

A los cuatro meses del inicio de la campaña, la empresa armadora me notificó que teníamos que ir a reparar a un puerto al norte de Mozambique llamado Quelimane. Yo aún no lo sabía, pero probablemente aquel episodio salvó mi vida.

Llegué a puerto por la tarde…

… Subió a bordo el inspector de la empresa armadora para darme detalle de la reparación y recuerdo que lo primero que este hombre vio en mi fue la extrema delgadez que presentaba. Le dije que todo se debía a la ingente cantidad de trabajo, potenciada por el hecho de haber estado solo al mando del buque. Ya de noche, cenando con él en el comedor de oficiales, ocurrió algo que me mantuvo en vela hasta el amanecer. Mi visión se tornó borrosa y doble. Al percatarse y explicarle qué me pasaba, me indicó, con gesto preocupado, que podía tener paludismo. ¡Pero no podía ser!¡Era imposible!¡Había estado tres meses y medio sin tocar tierra!¡Debería estar muerto por no haberme tratado!

Me pidió que mantuviese la calma. Y me dijo que alguien de la casa consignataria vendría a recogerme por la mañana para ir a realizarme unas pruebas. No recuerdo muchas noches más largas y angustiosas que aquella…

A las ocho de la mañana del día 11 de febrero, llegó a bordo un nativo para llevarme en coche al hospital.

Era un hospital portátil de hierro que los rusos habían construido allí. Verlo por fuera provocaba escalofríos, pero verlo por dentro te trasladaba a un escenario de horror, difícilmente imaginable. En una habitación de dos por dos metros, en una de las paredes, había tres camas -ensambladas como literas- y otras tres en la otra pared. Los enfermos estaban hacinados. No veía la hora de salir de allí. Me tomaron las muestras de sangre y el mismo nativo me llevó de nuevo al barco, cosa que agradecí. Aquel hospital olía a muerte, una muerte asegurada por la acuciante necesidad de medicamentos que jamás llegarían. Rezaba por no tener que ingresar allí.

A las 14 horas, estando en el comedor de oficiales, llegó el nativo para traerme la noticia. Su cara de profunda tristeza, anticipaba el peor de los escenarios posibles. Y así me lo vinieron a confirmar sus palabras:

“Oh, Capitán, mucho problema. El doctor quiere verlo.”.

“Si subes así a un avión, la presión atmosférica te matará.”.

Me dijo. No había salida. Volar era un suicidio. Quedarme, despedirme, quizás para siempre, de mis seres queridos, de sus abrazos, su cariño, sus risas … su amor.

Sólo una cosa podía salvar mi vida: la misma que me la podía quitar. Quinina.

La llamada a mi familia fue muy difícil, muy dura. Les comenté que, por sanidad, se iba a fumigar el buque y tendríamos que estar fuera, en el hotel, de tres a cuatro días. Durante ese tiempo, no recibirían noticias mías …

Al hospital portátil me acompañó toda mi tripulación -la única ‘familia’ que tenía entonces-. Recorrimos aquel laberinto para acabar en una habitación de idénticas medidas a la que vi tan solo unas horas antes. Una única cama en el centro, un colchón sin funda ni sabanas y un ambiente impregnado de la memoria de decenas de personas que firmaron allí sus últimas horas. Las paredes de hierro gris contenían una suciedad inhumana. Sólo ver aquello te daba ganas de vomitar. En ese momento, pensé que había mataderos en mejores condiciones sanitarias que aquello. Cómo agradecí el gesto de todos mis compañeros al desplazarse al buque para traerme un colchón con fundas,  sábanas y almohadas.

El médico estuvo conmigo hasta el mismo momento en el que me pusieron el suero, que debía mantener su función durante cuarenta y ocho horas. Se despidió de mi sin mirarme a la cara, seguramente para evitar transmitirme la seguridad que albergaba de que el fatal desenlace era inminente: “Pepe, mañana vengo a verte.”. Colgaron el suero en un perchero. Y se marchó.

El miedo a morir me impedía dormir. No podía creer en un final así. Ya era de noche. Estaba -y me sentía- solo. Tres horas más tarde, la mano en la que tenía el suero parecía querer estallar y los picores me hicieron comprobar que la aguja la habían alojado fuera de vena. Fue un motivo más para que, una vez la enfermera me cambió el suero de mano, el sueño no me venciera.

Mi mirada quedó atrapada por aquella lámpara colgante, para buscar de cuando en cuando la mano por la que la quinina se instalaba en mi interior. Fueron 48 horas seguidas sin dormir. Estaba convencido de que, hacerlo, supondría irremisiblemente no volver a despertar.

Y amaneció. Y volvieron mis compañeros para certificar el cansancio de mis ojos. Y llegó el médico, aquel que dijo vendría a verme el día anterior:

“¿Cómo te encuentras, Pepe?”
“Creías que me iba a morir, ¿Verdad?  Contesté.
“Sí.” Respondió. “Pero has aguantado toda la quinina que te pusimos, así que el peligro ha pasado.”.

Al-Andalus.

Así se llamaba el hotel en el que me hospedaron al día siguiente en Maputo, la capital de Mozambique. Cinco estrellas. Una enorme foto del Rey Juan Carlos presidía la entrada. Alguien me dijo que el hotel fue inaugurado por él. El contraste entre ese momento y mi situación tan solo unas horas antes resultaba insultante. Afortunadamente, hoy puedo contarlo.

El medico de enfermedades tropicales en Huelva me aconsejó, por seguridad, no visitar zonas palúdicas. Desde entonces, cambié África por Sudamérica.


D. José Franco Pérez, Técnico Superior en Transporte Marítimo y Pesca de Altura.
Capitán de Pesca durante la travesía relatada en este escrito.
“La enfermedad del Ébola ha llegado a nuestro país de la mano de la incompetencia política.
Y me ha hecho recordar la triste experiencia vivida por mí hace tantos años y que, gracias a Dios, logré superar.
Muchos compañeros míos, no pudieron hacerlo.”.

“El paludismo, o malaria, es una enfermedad potencialmente mortal causada por parásitos que se transmiten al ser humano por la picadura de mosquitos infectados. En 2013, el paludismo causó cerca de 584 000 muertes (con un margen de incertidumbre que oscila entre 367 000 y 755 000), sobre todo en niños africanos. El paludismo es prevenible y curable. Gracias al aumento de las medidas de prevención y control la carga de la enfermedad se está reduciendo notablemente en muchos lugares. Los viajeros no inmunes procedentes de zonas sin paludismo que contraen la infección son muy vulnerables a la enfermedad. En muchos países en desarrollo, especialmente en África, el coste material y de vidas humanas es enorme aunque se trata de una enfermedad curable si se puede realizar un diagnóstico precoz y un tratamiento adecuado.”. Fuente, OMS. Nota descriptiva Nº 94. Abril de 2015.

FIN.
Historia: José Franco Pérez.
Adaptación: Mario Muñoz Sánchez.

Suscita mi curiosidad, cómo los distintos acontecimientos por los que pasan las vidas de dos personas, casi se rozan en un instante de tiempo, sin que seamos conscientes de ello, para reencontrarse, transformados y con sentimientos bien distintos, muchos años después.

En este caso, la coincidencia es de estados de ánimo de dos almas que no se conocen de nada, separados por la distancia que marcan diez días. El 1 y el 11 de febrero del año 1994. Dos mundos que se derrumban.

Uno, el del día 1, de alguien que seguirá viviendo, pero que tendrá que afrontar una vida que ya nunca será como la de antes. Otro, el del 11, con su protagonista postrado en una cama a cientos de kilómetros de su hogar para, seguramente, entregarse a la muerte.

Veinte años más tarde, estas dos personas coinciden. Se encuentran. Siguen disfrutando de su vida. Sus objetivos vitales han cambiado. Como todo aquello a lo que dedican el tiempo. Se conocen y entablan una gran amistad.

La historia de aquel primero de febrero la relaté aquí:


… Y la viví yo en primera persona.

La del día once, es la que acabáis de conocer.

jueves, 5 de junio de 2014

"Diez años sin ti"

Mucho me temo que vienen a rescatarme … 
Adiós al café de la tarde, a mil y un sábados de sonrisas infantiles, de olor a tierra mojada, de te quieros y abrazos solo de ida, con infinito amor de vuelta, adiós a volver a besarte y a unos ojos que juran enamorarme a diario, por el simple hecho de mirarte.

Y creí intuir, al fin, que volvías a acariciarme, con tus labios en los míos. Un te quiero susurrado, deseado cual primero, amargo por ser el último. Sentí alejarme de todos y el tiempo se congeló, justo en el preciso instante, en el que alguien cercano dijo: “desconéctenlo”.

(Microrrelato de ficción presentado a la "VII edición de relatos en cadena" de la Cadena Ser. 4 Junio 2014. Seguiremos intentándolo :) ).

domingo, 20 de abril de 2014

De ladrones... y sueños.

Acto primero: la denuncia.

Hace un año. Aproximadamente.

Fue una tarde noche de hace un año cuando casi me detiene la Guardia Civil de Aljaraque -cierto, los andaluces somos muy exagerados-. No os imagináis la cara de mi querido primo Jose (copiloto aquel día) cuando el patrol que conducía su compañero me cerró apresuradamente el paso para frenar mi "huida". Sí, la verdad es que tenía pinta de sospechoso de algo, no sé de qué, pero de algo... Porque sospechoso es el que corre por la noche por la zona de chalets de Bellavista, con pantalón de chandal del año 99, una camiseta más apropiada para "fiebre del sábado noche" que para otros menesteres y ... zapatillas de trekking.

Esa es la descripción que, imagino, algún vecino dio por teléfono al cuartel cuando me vio pasar corriendo por delante de su casa, fondón como estaba entonces (ahora sigo estándolo, pero menos) sin haber pasado por la peluquería y, joder, con zapatillas de trekking. Lo que no sé es por qué mi primo no me detuvo.

Un par de horas antes, uno de los protagonistas de esta historia, nos propuso a mi amigo Fran Maldonado y a mí, salir a correr. Teníamos ganas. Hacía varios días que Miguel Angel Campos andaba detrás de nosotros para hacer algo de deporte juntos. Si al hecho de que es un gran amigo nuestro desde hace ya al menos un par de años, sumamos que es un magnífico preparador físico, ya me diréis quién se puede negar a una oferta así. Es como si Beyoncé (mejorando lo presente...) te propone naufragar en una isla desierta repleta de comida. Pues mira, si hay comida, ¿por qué no? Bueno, que me voy del tema...

Acto segundo: el origen.

Dicho y hecho. Yo tenía tantas ganas de salir a correr como ropa poco adecuada para ello. Nunca les he preguntado a Migue y Fran qué pensaron de mí cuando me vieron aparecer con zapatillas de trekking. Lo que sí recuerdo es la primera pregunta de Migue de cara a establecer el plan de entrenamiento:

- "¿Cuánto hace que no corres, Mario?"
- "Años." Contesté.

Así que la pauta para comenzar consistió en correr diez minutos y caminar otros diez, con la particularidad de que ellos seguían corriendo, por lo que durante un intervalo de entre diez y veinte minutos, yo iría solo. Menos mal que a mi primo no le dio por encender las luces azules de emergencia del patrol. Tiene cojones. Y del día que casi reventamos corriendo al perro de Fran, hablaremos en otra ocasión. Merece un capítulo aparte.

Aquel día pasó. Y nos reímos mucho, como no. Y al día siguiente ya fui a comprar unas zapatillas en condiciones y ropa más apropiada para correr. Pudimos enganchar alguna que otra tarde juntos hasta la llegada del verano. Ahí ya cada uno intentó hacer lo que pudo. Yo tuve un parón de un mes y medio aproximadamente, para retomar seriamente el asunto un día de septiembre, cuando la báscula puso ante mis ojos una cifra peligrósamente cercana a los cien kilos. Ni me encontraba bien físicamente ni podía permitirme poner en riesgo mi salud por las mil excusas que tenemos siempre para no hacer nada de deporte.

Punto de inflexión. Ese fue el momento. Combiné dieta y ejercicio y conseguí ponerme en ochenta y nueve kilos y medio antes de las fiestas de Navidad. Lo que pasó durante las mismas creo que no concierne a nadie. Como a nadie le importa lo que ocurrió en la isla hasta que vinieron a rescatarnos a Beyoncé y a mi.

Acto tercero: "Sí, la vas a hacer..."

Y llegó enero. Y con él, otro de los protagonistas de esta historia. También llamado Miguel Angel (Pereira), tan grande como el primero pero mucho menos cuerdo -con cariño, ¿eh, Miguel?-. Recuerdo que coincidimos en un cumpleaños y fue la primera vez que me habló de su idea de poner en marcha un club de atletismo en Corrales. La verdad es que cuando me lo comentó por primera vez, no entendí bien la necesidad de crear un club... Pensé que sería suficiente con un grupo de whatsapp -Fran, ahora estás descojonado, "Y lo sabes"- pero aquello era fruto de mi corta visión en tantos aspectos y, como soy un tipo fácil, me convenció desde el minuto uno.

Era tal su pasión que no tardó nada en ponerlo en marcha junto a otros cuatro locos -Miguel Escobar, Alejandro Guil, Ezequiel Toledano y Antonio de los Santos, todos bajo la atenta mirada de Rafa Bueno y en un bar muy cercano a mi casa. Ahí se fundó el Club Deportivo Atletismo Corrales-. Recuerdo una frase en la puerta del colegio de nuestro querido Pepe -José Franco, mi amigo bético del alma- refiriéndose a Miguel A. Pereira: "Este es el que va a poner fino a todo Corrales". Y va camino de conseguirlo. Pepe, eres un visionario.

Y finalmente ocurrió. También en la puerta del colegio. Alguien habló de una media maratón, algo que para mi resultaba menos posible que la historia de Beyoncé, más que nada porque cualquiera sabe que es muy difícil naufragar en una isla desierta y encontrarla repleta de comida. Lo normal es que sólo haya cocoteros. Por esa razón ni presté atención y cuando alguien me preguntó, me cerré en banda y lo taché de loco. Pero entonces, Miguel me miró a los ojos y con una seguridad aplastante me "ordenó": "Sí, sí la vas a hacer, y yo la voy a hacer contigo desde el inicio ... y la vas a acabar.".

Acto cuarto: el desenlace.

Y así es como con tesón, entrenamiento y mucho apoyo, el pasado domingo 6 de abril, conseguí completar los 21 kilómetros y 97 metros de la III Media Maratón de Punta Umbría (2:15:51), con una sonrisa de oreja a oreja y unas sensaciones de "trabajo bien hecho" que nunca olvidaré.

Este es el relato de los hechos, en los que de casi pasar una noche en el calabozo con mi primo llevándome tila cada media hora, llegamos a correr una media maratón.

Agradecimientos.

Gracias, Miguel Angel Campos, por abrirnos los ojos y ponernos en bandeja aquella posibilidad de practicar deporte juntos ... Fue el inicio de todo. Antes de lo que piensas, lo repetiremos juntos.

Gracias, Jose, por no detenerme aquella noche. Ya sabes que es la segunda vez que "me sorprendes" -lo del arroz lo dejamos para otro día-, y siempre lo haces con una sonrisa. Sólo Dios sabe qué habría sido de mi si en lugar de Bellavista hubiese pasado en cualquier pueblecito estadounidense donde el Sheriff, antes de preguntar, te rompe los faros del coche y te denuncia por llevar las luces fundidas...

Gracias, Fran, por tu apoyo constante. Siempre ves un poco más allá que el resto, lo que nos empuja a muchos a confiar sin temor en nuestras posibilidades.

Gracias, Miguel Angel Pereira, por tu pasión y locura de runner, sin duda, el motor último y definitivo que hizo posible cruzar esa línea de meta con la sonrisa del que se sabe ganador, en una competición tan dura como la que supone pelear contra uno mismo.

Gracias, a tantos otros que me habéis apoyado desde el principio y que podrían hacer interminable este post. Gracias.

Un millón de gracias a todos ... Y hasta la próxima carrera, plagada de sueños reales, tantos, como ladrones imaginarios.


Fotografía: Mario Muñoz.

Fotografía: Rafa Bueno. 6 abril 2014, Media Maratón. Punta Umbría (Huelva).

lunes, 14 de abril de 2014

"No estás sola"

Cuando crees que no puedes querer más a alguien, reparas en momentos que te empujan a dar un paso más. Y se puede dar, a pesar de que cada paso te lleva, a veces, a sentirte más lejos aún.

Mirar, sonreír, querer. Intentar disfrutar, aunque el jeroglífico se antoje imposible de resolver. Es fácil decirlo...


Fotografía: Mario Muñoz
Plaza de las Monjas. Septiembre 2013.

martes, 11 de marzo de 2014

Caricias

Toco, siento ... vivo.

Y me gusta.

Por eso sonrío tan a menudo. Por eso soy feliz. Por eso os quiero tanto.


Fotografía Mario Muñoz
http://www.flickr.com/photos/mariomusan/13070875565/